La uruguaya - Pedro Mairal

Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio. Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo. Debe haber un resultado químico de nivelación después de años de mantener esa coreografía constante. Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos… ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un solo de­seo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea.

Digo «la idea» porque me parece que los dos luchamos contra eso a pesar de que la inercia nos fue llevando. Ya mi cuerpo no terminaba en la punta de mis dedos; continuaba en el tuyo. Un solo cuerpo. No hubo más Catalina ni más Lucas.

Un pretexto perfecto para sus ideas de evasión de la asfixiante rutina familiar, se presenta cuando el escritor tiene que volver a Montevideo para cobrar los anticipos de derechos de autor de dos libros que aún no ha escrito, y que le permitirán vivir y escribir en los próximos meses sin preocupaciones económicas.

Quince mil dólares que planea introducir de contrabando y cambiar en el mercado negro argentino, evitando así el cambio oficial y los impuestos a las ganancias.

No podía esperar a sentir en mis manos los billetes nuevitos y crocantes. Repasé mis cuentas. Ocho mil dólares de España y siete mil de los colombianos. Al cambio del mercado negro argentino de esos días eran como doscientos cuarenta mil pesos. De haberlo recibido en un banco nacional me quedaba menos de la mitad. Era la época del dólar blue, el dólar soja, el dólar turista, el dólar ladrillo, el dólar oficial, el dólar futuro… No sé cuántos tipos de valores del dólar andaban dando vueltas. Nadie sabía bien cuánto valían las cosas. El peso se devaluaba, había inflación. Y empezaron los controles de cambio. Como si en pleno verano te pagaran en hielo y prohibieran las heladeras. Todos buscando dólares de­sesperadamente. Se desdobló el mercado, entre el oficial y el paralelo, en medio aparecieron las cuevas, los intermediarios, los amigos de los primos.

Un pasaje del libro que no me deja indiferente y que refleja el problema de las transacciones en moneda extranjera en los países donde existe un control cambiario que regula la adquisición de divisas y el valor de las mismas en moneda nacional.

Un control que existe también en mi país y que los gobiernos intervencionistas siempre aplican como medida populista, para supuestamente proteger los intereses del pueblo, y lamentablemente siempre se convierte en un caldo de cultivo para la corrupción y el soborno, además de ocasionar tremenda escasez e inflación.

Montevideo, capital de Uruguay, ciudad turística, mar, diversión y el recuerdo de una aventura, de un encuentro mágico que no se desgasta con el tiempo, sino que por el contrario se alimenta de pensamientos y de mil matices con que Lucas lo colorea, día tras día, gracias a esos correos electrónicos que van y vienen.

Qué mujer más hermosa, qué demonio de fuego me brotó de adentro y se me trepó al instante en el árbol de la sangre.

Esto es lo que esconde el viaje, el final de una espera, la posibilidad de volver a ver a Guerra, la hermosa chica que el destino le presentó meses atrás en un festival literario, sensual, joven, descarada y llena de impredecibles sorpresas. Un sueño de transgresión, un sueño que lo invade todo, como lo hace el delirio, la esperanza, el amor, esa ligereza provocadora que te hace sentir vivo y libre. 

La siguiente cerveza hubo que buscarla más lejos, en una despensa calle abajo, un trecho oscuro, y ya a la ida la agarré de la mano y me agarró de la cintura y le di un beso, nos dimos un beso. Largo. Yo estaba muerto y por fin resucité. Estaba ciego y por fin veía de vuelta. Estaba anestesiado y se me prendieron los cinco sentidos otra vez y a máxima potencia.

Un hombre con un matrimonio que no le satisface, las dificultades de la pareja tras el nacimiento de un hijo, los problemas económicos, y como guinda del pastel, la belleza exótica, joven y provocativa de Guerra, que reaviva los sentidos y el deseo de sentirse de nuevo vivo.

Cuando dos personas se atraen, una extraña telekinesis abre entre ellos un camino que aparta todos los obstáculos. Así de cursi es nomás. Se hacen a un lado las montañas.

Dos realidades, una ordinaria en Argentina y otra soñada en Uruguay, un escape, un amor sin obligaciones ni constricciones, un refugio en el deseo y la atracción de una chica que encarna lo prohibido.

Un viaje de un día para deambular por Montevideo, emborracharse, fumar yerba, tatuarse, quemarse a fuego en el placer, para hacerse preguntas y rememorar los hechos que dieron vida a este Lucas del presente.

Una novela que fluye de forma agradable y que he disfrutado leyendo y apreciando la metáfora del viaje de Buenos Aires a Montevideo como un viaje brutalmente introspectivo en busca de uno mismo. Acompañando a Lucas en su recorrido por esas calles, rastreando huellas de la mujer que ocupa todas sus fantasías. 

Una novela donde el elemento literario forma parte de la trama, una Montevideo vista a través de los ojos de Borges, Onetti, una ciudad irreal, imaginada, ensamblada con letras de canciones, con los pocos recuerdos y con los videos que Guerra le mandaba cada tanto vía mail. 

Estaba enamorado de una mujer y enamorado de la ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo. Una ciudad imaginaria en un país limítrofe. Por ahí caminé, más que por las calles reales.

Con prosa limpia, irónica y a la vez íntima, ágil y fluida, Pedro Mairal escribe una historia entretenida pero poderosa, que por momentos te saca sonrisas, algunas sarcásticas y otras de resignación, con giros inesperados, que no imaginas, reconozco que no los vi venir, así como algún otro que sí, pero que igualmente generan impacto.

Una novela que gira en torno a preguntas que quizás todos nos hacemos tarde o temprano, ¿quién soy yo?, ¿qué estoy buscando?, ¿adónde quiero ir?, que juega con la pérdida de control en la vida, con la brecha entre la ilusión y la realidad, la distancia entre el deseo y su realización, y con la necesidad de una existencia más simple.

Entendí que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal. Si no podés con la vida, probá con la vidita. Se me había vuelto todo demasiado complejo. Me quedaba grande toda esa vida que habíamos levantado juntos, Cata. No estaba bien. Vos tampoco. Nos estábamos odiando con nuestras listas de cosas por hacer. Ahora tengo un pizarrón en la cocina y me hago mis listas de temas pendientes, pero no me atormentan. Tus listas me perseguían. Y supongo que mis listas invisibles te perseguían a vos. Mis listas tácitas, mis demandas cambiantes. Asimilé de vos las listas visibles y me organizo bastante bien. Porque son listas propias. Ya no siento como ajenos esos temas por resolver.

Cruzar el Río de la Plata ha tenido un profundo efecto en Lucas, nada volverá a ser igual...

¿Perdición o nuevo comienzo?

¡Te invito a que leas La uruguaya! 

Un libro que muestra cómo la realidad se compone de distintas tonalidades de grises, todo está en encontrarse a uno mismo, fuera de cualquier esquema preestablecido, en saber seguir adelante con una visión menos cerrada y estereotipada de las relaciones.

Luchar por mantener vínculos convencionales que imponen restricciones a la libertad personal solo genera despecho y resentimiento. 

Supongo que la idea de familia se transformó. Tiene algo de bloques combinables. Cada uno la arma como puede.

Valoración

4/5  

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Un viaje hacia la introspección para conectar con nosotros mismos.