Mis lecturas de septiembre 2023

Luciérnagas estaba llena de fantasmas: los muebles amanecían fuera de su lugar o nuestra ropa en charcos. Por si fuera poco, en época de huracanes oíamos a alguien rodar por la escalera que comunicaba la cocina con el patio de servicio. Que comunica, porque, por lejana que me parezca aquí, la casa existe y está habitada. Al estruendo de la caída seguía un lamento largo y triste. Así como reconocíamos el ánima de una anciana por su risa, por el llanto de este fantasma sabíamos que había sido un esclavo. Agobiada por sus esfuerzos por llamar la atención, mamá nos prohibía irnos antes del último lamento. Era una de sus maneras de pedir perdón.

En Toulouse sus vidas son convencionales. Él trabaja y enseña en el hospital y ella vende cerámica. De no ser por su amiga Claudine, la tienda que comparten ya hubiera fracasado. Isabel es nula para los negocios, lo que le gusta es sentir cómo el barro toma forma entre sus manos. El taller donde trabaja detrás de la cocina es su guarida y también disfruta los días en la tienda. Aunque suele vender poco, a la gente le encanta entrar rumbo al mercado y se ha hecho amiga de los visitantes asiduos. Un antiguo capitán de la marina mercante le lleva flores y le ha tomado cariño a una anciana que descansa en la tienda antes de seguir su camino. Ha sido feliz en Toulouse, pero es verdad que una parte suya le pide regresar a Yucatán. No ahora, en este momento lo único que quiere es estar con Gilles. 

Hay quienes nacen con un agujerito en el corazón. Thierry siente que él nació con un hueco en el alma. De niño, el vacío duraba lo mismo que el crepúsculo. Durante ese lapso era como si una mano le apretara la garganta. En la adolescencia se manifestaba con la sensación de que el mundo era un lugar que él observaba desde afuera. Pensaba que el huequito se cerraría con los años, pero el día en que cumplió veinte se despertó sabiendo que sucedía lo contrario. Estudiaba Filosofía y Letras y ninguna clase lo estimulaba. En realidad, nada lo hacía.

Hoy, el hueco se ha instalado entre las costillas. Thierry se sienta frente al Garona y cierra los ojos. ¡De cuántas formas ha tratado de llenar el vacío! Si Isabel supiera la cantidad de sustancias que ha probado…

El amor debería ser un refugio, no una cadena.

Las preguntas salen a borbotones: ¿Para qué recordar? ¿A quién le escribo esto? ¿Para qué? ¿Será para vaciar el dolor o justificarme? Qué importa, somos lo que recordamos e inventamos más de lo que vivimos. Por eso, aquí me encuentro: armando retazos del pasado que me permitan entender a la mujer en la que me he convertido.

«Hoy mi madre ha muerto; me encuentro tan lejos».

Esta frase solitaria en la primera página de una libreta vacía, en la que deseo atrapar lo que siento, es mi única compañía.

Mi madre, culpable e inocente de mis inseguridades y miedos. Mi madre, fabricante incansable de vidas y sonrisas, transmisora de entereza y rebeldía silenciosa...

Quién iba a pensar que desde ese día mi destino estaría entrelazado con la majestuosa casa de doña Ferní, con la vida de un obispo decidido a meterse en nuestras vidas sin ser invitado y con la indiferencia de mi madre, que dejó el vacío de caricias perfecto para ser llenado por mi leal y adorada nana Ninín.

Aquella terraza fue el escenario en el que se dieron cita el amor, el abandono y la desilusión para cambiar rumbos y destinos, para posar mi esperanza y mi fe en una cuerda floja.

hay amores que no son, y ya. Son amores que hay que dejar ir antes de que les dé por vivir adentro de uno.

Dejé de escribir cuando él se fue y me dediqué a vivir.