La hija - Pauline Delabroy-Allard

Pauline Delabroy-Allard (1988) es profesora. Madre soltera a los veintidós años, viajó de Francia a Kazakistán y ha trabajado de librera y cajera de cine. Escribe para En attendant Nadeau, una revista literaria online.

Y los tres fantasmas se me tiran al cuello, en el atrio del ayuntamiento donde descubro el pedazo de plástico oficial. Tendría que enterarme. Yo, que voy a parir, no sé nada de los que me acompañan desde que me parieron. ¿Por qué ellos? ¿Quiénes son? Jeanne, Jérôme, Ysé. La letanía de sus nombres, un soniquete en mi cabeza desde hace años, que ha llegado el momento de escuchar. Jeanne, Jérôme, Ysé. Mis fantasmas, mis zombis. Están aquí, a mi lado. Mis padres han decidido que sean ellos quienes me protejan. Jeanne, Ysé, hadas buenas, hadas malvadas. Jérôme, rey mago, espejismo vago. Resulta urgente ir en su busca, de los tres, antes de poner nombre a mi vez al que o la que chapotea en mi vientre.

Entonces nada de preguntas, nada de dudas. Escribo porque la mirada de mi madre se evapora, porque su silencio me envuelve. Escribo para rellenar los vacíos. Escribo para ver después. Escribo para gustar. Escribo para pasar la noche. Escribo para triturar con la yema del dedo las heridas de la existencia. Escribo para disgustar. Escribo para dejar de tener miedo. Escribo para salvar lo que puede salvarse. Escribo para saber quién soy. Si no obtengo respuestas, me lo inventaré.

La protagonista se embarca en una exploración íntima, en un deambular geográfico e interior, se aleja de su entorno para tratar de encontrarse desde otros lugares.

Tras las huellas de Jeanne, ahonda en la superficie a falta de ahondar en los misterios, en la cueva de Pech-Merle, situada en el centro del Valle del río Célé, desciende a las entrañas de la Tierra en busca de grabados y pinturas con veinticinco mil años de antigüedad, para desenterrar mejor las sombras. La visión de unas manos rojas en la pared de la cueva la aturde, la persigue, quiere poner su mano sobre la de la roca, tocar a la otra mujer, y a través de las edades, cruzar el tiempo.

Veinticinco mil años apé. Antes del presente. Es una cifra que da vértigo. Y yo, ¿existía ya hace unos años?; quiero decir, ¿existía antes de existir? ¿Se existe ya, un poco, antes de existir? En las conversaciones de quienes, pronto, van a hacernos existir. En los fantasmas y las sombras de quienes están entonces vivos, antes de seguirnos, muertos, hasta el día de nuestra propia muerte. ¿Cuántos años apé, en mi caso? Antes del presente. Antes de hoy.

Pero en Navidad, otro silencio aún más ensordecedor, se suma al silencio familiar, un silencio que se abre paso entre la nieve, la nieve que cubre Paris, un día blanco en que algo ocurre y de repente Pauline se abstiene de hablar, se pierde, se obsesiona, y su febril búsqueda se convierte en razón de existencia. Jeanne, Jerôme e Ysé se tornan en su ancla a la vida.

Cállate, París. Cierra el pico, solo por ver, un momento nada más, por ver qué efecto hace. Vamos. Que te calles, coño. Es el cielo el que lo pide, el que exige eso, este día de este invierno, la nieve ha caído sobre la ciudad para hacerla callar en ese día de antes del nuevo mundo. Mi nuevo mundo. Cubiertas, las aceras, cubiertos, los coches que circulan al ralentí dejando en las calzadas huellas oscuras y paralelas, cubiertas, las decoraciones de Navidad, todas a cada cual más brillante y parpadeante; y de repente, nada, nada de nada, ni brillos ni parpadeos, blancura, solo blancura, blancura por todas partes. Y un silencio indescriptible.

El viaje es inútil. Una no puede ser la investigadora de su propia vida, la detective de su propio pasado, no se trata de tener una pista para tirar de todos los hilos. Lástima, Susa es bonito. Pero no saco nada en claro, nada sobre Jérôme, a quien he venido a buscar, nada sobre mi vida, no cambia nada, no, nada en el mundo.

Me dejaron que me las arreglara yo sola con todo eso, fui a Túnez, he deambulado por el París de los años del sida, he conocido a gente y he intercambiado ideas para saber quién eras, he intentado domesticarte, acercarme a ti por la escritura, esbozar tus contornos para dibujar los míos. Caminando por la calle, me tambaleo un poco, llevo sobre los hombros una tristeza extraña. Todos esos días pensando que iba a pasar algo, que iba a encontrar algo, que me sacaría del recuerdo del día blanco y, de repente, el vacío. Nada.

Una novela delicada, de mirada íntima e introspectiva, que me encantó y que recomiendo.

De nuevo la prosa de Pauline Delabroy-Allard me atrapó nada más empezar a leerla.  

Su pluma es de una belleza única, tan simple y a la vez tan poética, que sorprende, cautiva y fascina por su originalidad y su potencia expresiva. El ritmo y la musicalidad de su escritura impresiona y enamora, tanto que me ha parecido estar leyendo una partitura musical.

Valoración

5/5  

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Una historia que escudriña el alma.